
La fotografía es una de esas aficiones que puede conmigo, soy un mal fotógrafo, para qué engañarnos, pero al menos soy compulsivo, con lo que puedo tirar perfectamente 800 fotos asistiendo a Indietracks, o unos cuantos miles cuando salgo de vacaciones, y siempre aparece alguna instantánea digna de ser recordada. Sin embargo nunca me he caracterizado por una afición desmedida por el realismo, ya sea el pictórico, fotográfico....me encantan los museos, aunque suelo preferir conocer las calles del sitio que visito, para luego, si sobra tiempo, visitar las galerías, que suelen ser modernas, y si puede ser, dedicadas al arte abstracto. Es así como comprenderéis que me sintiera como un verdadero niño con un juguete nuevo en sus manos cuando tuve la posibilidad de empezar a jugar con una Lomo LC-A, aparcar el realismo de mi reflex Nikon para empezar a divertirme con esta antigualla analógica era un capricho que albergaba desde hacía mucho tiempo, y ahora he de decir que siempre la llevo conmigo.
He vuelto a descubrir el placer de no saber qué estoy fotografiando, o más bien, en qué lo transformará mi cámara, y así, jugando con la sobreexposición y la subexposición, las sensibilidades, los carretes de diapo y el revelado cruzado, consigo sorprenderme encontrando alguna imagen que por algún motivo me hace sentir satisfecho (obviamente, la mayoría suelen ser descartes, como siempre). De esta manera he conocido una nueva forma de ver la Torre de la Berenguela, una parte de la hermosa Catedral de Santiago que está situada junto a Platerías, una de las plazas más coquetas de todo el casco antiguo. Me encanta la irrealidad de sus colores, la distorsión, el movimiento por no haber utilizado el trípode....y así es como The Sugargliders empezaron a sonar en mi mente con su Another Faux Pas In The Cathedral Of Love, y como hoy he empezado a escribir llegando hasta aquí.
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