jueves, 11 de agosto de 2011

Museos Vaticanos

Aunque no lo he comentado, por los últimos posteos resultará obvio que parte de las vacaciones las pasé en Roma. No era la primera vez que me acercaba a la capital de Italia, de hecho ni siquiera era una preferencia para mis vacaciones, pero entre que mi novia no había estado nunca allí y que los destinos desde el aeropuerto de Oporto no son excesivos, terminamos visitando Roma. Ella para descubrirla por primera vez, yo para conocer la ciudad en mayor profundidad. Lo cierto es que creo que ella descubrió la ciudad en detalle, pero a mí todavía me queda mucho más por ver, cuestión de exigencias, soy de esas personas que se recrean mucho tiempo en las cosas, me da pena perderme cualquier cosa y esto hace que los viajes se conviertan en verdaderos maratones turísticos en los que por muchas horas de luz que haya, siempre me faltará tiempo.

De entre todos los lugares que visité en esta última estancia en Roma, quizás el que más dudaba en volver a ver eran los Museos Vaticanos. Y no es que sea porque no merezcan la pena, todo lo contrario, pero sucede que las colecciones expuestas en los Museos Vaticanos, excepción hecha de la Pinacoteca (de la que sólo se puede ver una pequeña parte), suele permanecer inalterada con el paso del tiempo. Obviamente no van a redecorar ni repintar la Capilla Sixtina, ni la Sala de las Cartas Geográficas, ni las Estancias de Rafael, con lo cual si repites visita lo normal es que la práctica totalidad de lo que descubres ya lo hayas visto con anterioridad. En cualquier caso no me arrepiento de haber vuelto por allí, hubiera sido injusto hacer que mi novia se marchar de Roma sin haber visto la Capilla Sixtina o la Sala de las Cartas Geográficas...y yo de paso volví a maravillarme con todos los tesoros que este estupendo museo alberga.

Hoy traigo aquí lo que es el fin de la visita a los Museos Vaticanos, la escalera de salida que nos conduce hacia el exterior una vez terminada la visita. Me fascinan las escaleras de caracol y esta es una de las más grandes y majestuosas con las que me tropecé, en realidad, tal y como sucede con la escalera de caracol del Museo del Pobo Galego, aquí en Santiago de Compostela, esta escalera no es una, sino varias, lo cual la hace todavía más atractiva. Sólo por su mera contemplación merecería la pena darse una vuelta por los Museos Vaticanos, pero encontrarla después de ver la Capilla Sixtina ya es algo fuera de serie.

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