jueves, 4 de marzo de 2010

Excepciones



Es de suponer que con la edad uno va madurando, tomándose las cosas con más sosiego, en definitiva, se centra. No sé si esto es algo que a mí me suceda, lo que sí advierto es que cada vez me vuelvo más irritable e intolerante. Irritable con los demás, intolerante con sus conductas. La mala educación cada vez me pone más violento, ODIO profundamente al vecino que sube al ascensor y no me da los buenos días, MATARÍA al impaciente que en el garaje de nuestro piso empieza a tocar el claxon porque otro vecino tarda cinco segundos más de lo necesario en hacer una maniobra. No sé qué motiva que la sociedad española sea cada vez más permisiva con los salvajes, y eso por no hablar de los CERDOS. Aquellos que sacan a pasear a sus perros y no van provistos de una bolsita para recoger la mierda de sus mascotas, los que mascan chicle y luego lo escupen en medio de la acera, los que se envenenan con sus cigarrillos (aquí un ex-fumador, conste) y luego abandonan las colillas en cualquier sitio, los chavales que contaminan cualquier muro o pared con graffitis que poco tienen que ver con el arte, o peor aún, los malditos descerebrados que manchan los muros de casas centenarias pidiendo la libertad de supuestos independentistas, luchadores por la "patria galega", que en realidad no son más que adolescentes y postadolescentes fascistas, por mucho que se les llene la boca con ridículas, manidas y anticuadas proclamas izquierdistas que a estas alturas de S.XXI han perdido su sentido.

Afortunadamente parece que aún hay esperanza, o al menos algún destello. Nuestro cambio de vida, desde Alicante hasta Santiago, ha traido algunas cosas buenas, Santiago de Compostela no es el paraiso, al menos no en cuanto al clima, pero da gusto pasear por sus calles y admirarse de que sus aceras no se han convertido en una constante prueba de obstaculos, como sucede en Alicante, donde uno no puede despistarse porque a buen seguro pisará una mierda de perro o se llevará a casa un chicle adherido a su zapato. Quizás sea la lluvia que todo lo limpia, aunque sospecho que no, que aquí la gente conoce algo más profundamente el término urbanidad, e intentan mantener su ciudad relativamente limpia, porque es el sitio donde viven. Eso no quita para que al mismo tiempo me encuentre que verdaderos brutos, salvajes, que aquí en Galicia son todavía más animales que en la Comunidad Valenciana, pero bueno, son los menos, y dado que yo siempre procuro evitar el contacto con los desconocidos, pues lo llevo bastante bien.

Pero hablaba de excepciones en el título de este comentario, y hoy quería destacar una de esas excepciones a todo lo que comento, en concreto respecto a los graffitis que no son tal, a las pintadas callejeras que no merecen más que su desaparición. Aquí en Santiago hay un sitio no muy desplazado del centro histórico, pero sospecho que sí ninguneado por muchos turistas, es el parque de Santo Domingo de Bonaval, y se encuentra ubicado detrás del Museo Do Pobo Galego y el Museo Galego de Arte Contemporaneo. Parte de este parque antes estaba destinado a cementerio, y todavía podemos observar los cientos de nichos del camposanto, ahora vacíos y situados alrededor de una explanada donde los niños pueden jugar, o se puede dejar sueltos a los perros para que hagan ejercicio. Un poco más arriba del camposanto encontramos dos espacios verdaderamente bonitos, uno es un pequeño bosque con varios caminos que lo surcan, y el otro está formado por una colina desde la que se contempla la ciudad de Santiago, y dónde la gente se tumba a tomar el sol en verano. En este parque hay una escultura que que siempre me había parecido horrible, un sinsentido absoluto que hasta ahora no merecía mi atención, pero en mi penúltima visita al parque descubrí cómo el paso del tiempo había permitido que algunos chavales se ensañaran con semejante despropósito artístico, transformándolo por completo con sus pintadas, y haciendo que por fin su contemplación mereciese la pena. De esta menera reuní el valor necesario para fotografiar una de las imágenes que hasta ahora más me desagradaba de Santo Domingo de Bonaval, y al revelar la fotografía me sorprendí al ver la explosión de color que mi cámara captó en un triste día de invierno, contraponiendo el desdibujamiento de los árboles, la tristeza de los tonos ambientales, con esos graffitis que atráen tanto mi atención....lo dicho, siempre hay alguna excepción, y aunque esas pintadas sigan siendo un atentado al civismo, por una vez han cumplido y embellecido un objeto realmente desafortunado.

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